Acerca de una noche en La Casa del Viento

Si de esto se trataba, podían habérmelo dicho antes. 
Antes allá, hace cuatrocientos setenta años, quince vueltas, dos suspiros, tres galeras, un pirata nunca capitán... hace diez días.
Esto de seres y no seres, de indigentes que portan velas quemadas, de toros descorchados y embebidos, del tibio furor de los estúpidos valientes.
Afuera llueve el agua algún cuento perverso de suicidio mojado, que irrita. Fuera está la impronta que queda tras las acciones, palabras, lo que sea que sea... ya.
Afuera llueve el agua su cándido equilibrio, y arroja la huella que nunca queda, y que permanece siempre, inmanente... y enajenada.
Si de esto se trataba no hubiese yo entregado mi tiempo, mis días, mi lecho, mi sexo, mis citas, mi dedo siniestro, mi tibia, mi Aquiles, mi mirada perfecta, mis alas, mis palmas... mi palabra escrita.
Anoche le regale mi mayor deseo a un grumete de un barco de papel. Y mi mayor vergüenza a un niño cruel que menguaba luz y ofrecía al cuerpo el placer de saberse sin verse. 
Anoche dije mis rezos de lo que soy, y expuse mi vientre y mi boca, lo prepare todo en la cocina, frente a sus ojos: los ojos en las cocinas quieren comprender, solo entienden de recetas, de proporciones, de combinaciones para lograr la alquimia que satisfaga y emocione.
Anoche se trataba de esto, si de esto se trataba, y era de seres encendidos, de suspiros, de velas de miradas perfectas, de cuentos descorchados y bebidos... la noche fue rito y festejo, palmas y risas, y cuatrocientos setenta años que se fueron volando por el centro de cada círculo formado.
Después, si hay un después, adormeció mi piel lo que contiene, si es que contiene algo, y mis ojos no sintieron más el fresco de las cuatro.

Agradezco sus presencias, todas.