De puntitas en la calle.

Necesito fresco... aire... o agua de lluvia, la que cae de noche mientras todos duermen, la que ven los silfos nocturnales, los muertos en las calles, los trágicos pensantes. 
Quiero ese viento frío de verano, el que dice más de lo que calla, el que no bromea en sonsos remolinos, y susurra tormenta. Escueto su abrigo y sobretodo gris, su cuerpo. Acaricia en partes al pasar a su lado: la nariz, una oreja, la parte derecha del mentón... hálito de céfiro polar, del austral, que tan poco nos ha dejado... el austral.

En esa austeridad me hallo, aguardando y deseando algún soplido que cargue una historia, cualquiera, que llegue con un aspa clavada en su joroba, y sobre todo gris, su cuerpo. 
Quiero salir a la calle y crecer como árbol, que luego talado se funde en dos mesas, mangos de cuchilla, un marco de puerta y dos lindas repisas. 
O tal vez no. 
Mejor levantar algunos baldosones de veredas y adoquines de calles cortadas olvidadas y desiertas, para ver si hay tierra debajo, y recordarla.
Quiero comer arroz en la azotea y creer en la casa del árbol, invocar a un duende vecino a que cargue vino en mi pingüino, el que juega a esconderse en la alacena.
Necesito hielo en la bebida, es verano y aunque quiero, no como más ciruelas... o agua de tierra, la profunda y pura y ciega y muda necesito... la que brota y refresca y no las otras.

Y un sobretodo gris, su cuerpo.